El pájaro herido

La encontré al abrigo callado
de una madrugada triste.
Abría ya por entonces
la más cruel de las mañanas.
Recuerdo un amanecer azul
de candiles incendiados
de luces alborotadas,
y de destellos dorados
De esas alboradas dulces,
en que la tierra y la luna,
no quieren separarse
o dejar de amarse.
Se abrazan con desespero
y se resisten a distanciarse.
Sueñan una noche eterna,
sin soles que las separen.
Fue en la arena sagrada
de un camposanto triste.
Cipreses desconsolados lloraban resina en mis manos.
Roto estaba el silencio
mancillado por el amo.
Ella era pájaro herido,
que deambulaba perdido, tembloroso, débil, afligido.
En espera de ser devorado
o cuando menos, olvidado.
En sus manos deposité
los restos de toda una vida entre astillas de madera, plumas, óleos, carboncillos.
libretillas y tintillas.
Algún pliego de lienzo manchado
y un puñado de tierra honrada,
de la que me vio nacer.
Y se abrió este inmenso agujero,
este vórtice inestable,
de quejumbrosos crujíos
y lastimeros quejios.
Que arrastra hasta sus adentros:
cuanto fui, cuanto soy,
cuanto tengo y cuanto siento.
A veces, estás, y vivo.
A veces, te vas, y muero.
A veces, parece que te pierdo
y más que perder, yo gano.
No ciegues mis lagrimales,
antes cóseme los ojos
Anhelo poder llorar,
siendo nube pasajera
que llega, descarga y se va.
Por cada lágrima un cielo.
Por cada llanto un quebranto y un desconsuelo.
Redimirme del pecado cumpliendo mi penitencia: enterrar ángeles muertos,
sembrar y regar, los nuevos días.
A veces, cuando nazco o muero,
lo hago así,
muriendo en este absurdo malvivir
roto de amor y deseo.
A veces cuando nazco muero y es que muero y no muero. Porque aun muriendo,
no acepto entender,
el morir y marchar si ti.
Y es que podría respirar sin aire.
Podría beber sin agua, ni sed.
Podría alimentarme del viento.
Pero sin duda, lo que no podría,
no sabría, ni querría, hacer nunca
es llevar el peso de los días, soportar la angustia del día a día,
fugitivo en tu recuerdo.
Al albor de un nuevo día
vacío de tus sentimientos
Escaparán las prisas, perecerán lágrimas y alegrías.
Cabalgarán a mi lado canciones y ensoñaciones, sin que aún despunte el alba y tú seguirás callando,
triste silencio en mis días.
Adiós pájaro herido.
Adiós amapola blanca
que arrastrados van por el río los fragmentos de mi alma.
Cosido llevo a mi cuerpo
retales de tus vestidos.
Aún conserva mi boca
pintura de tus carmines.
Mi camisa amanece
con trazas de maquillaje
y al aroma de tu espalda.
Mi piel aún muestra orgullosa
cicatrices de nuestras guerras.
Sucos que abriste en mi espalda
y bocados hasta en mi alma.
Mi ropa huele a tu ropa.
Tu ropa huele a mi ropa.
Tu casa huele a mi casa
y así ha de ocurrir siempre entre tu boca y mi boca.
Hoy eres tú la que vuelas
y yo soy el pájaro herido.
Sergio Flores
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