Castillo de Burgos - Visita guiada - Lugares con encanto

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  • čas přidán 16. 05. 2021
  • Maqueta Napoleónica del Castillo: José Antonio Yarto Nebreda (Museo del ejercito en Burgos).
    El Castillo de Burgos se levanta en el cerro de San Miguel, a unos 75 metros sobre la ciudad. Desde sus orígenes fue alcázar, residencia real, prisión, y lugar de alojamiento para huéspedes notables. Destruido por las tropas napoleónicas en 1813, parte de él se restauró en 2003.
    En este cerro hubo asentamientos del Neolítico, Calcolítico, Edad del Bronce y la Primera Edad del Hierro, que dominaban el valle del Arlanzón, pero en el año 884 el conde Diego Rodríguez Porcelos, bajo el reinado de Alfonso III el Magno, fundo esta fortaleza en plena Reconquista como baluarte defensivo, dando protección a los primeros pobladores de la nueva ciudad en la ladera del cerro.
    Se utilizó como prisión, encuentros diplomáticos o celebraciones de la corte. En el reinado de Alfonso VIII, a finales del siglo XII tuvo grandes transformaciones, y más tarde en el XV, Enrique IV embelleció la fortaleza con un palacio con salones, aposentos, capilla y sus murallas. Conocido como palacio de Alfonso X fue habitado por Juan II de Castilla y por su padre Enrique III de Castilla.
    Luego lo regentaron diferentes nobles de la Familia de los Estúñiga hasta el reinado de los Reyes Católicos, que con los pleitos entre el castillo y el concejo de la ciudad estalló una guerra entre Isabel la Católica apoyada por la ciudad y Juana la Beltraneja defendida por el castillo de los Stúñiga. En 1476, tras casi ocho meses de asedio el castillo se rindió y años más tarde Fernando el Católico lo convirtió en fuerte de artillería, fábrica de pólvora y escuela de artilleros.
    En 1736, durante el reinado de Felipe V sufrió un gran incendio que destruyó viguerías, techumbres y artesonados. Pero a principios del siglo XIX con la ocupación francesa, Napoleón lo convirtió en un fortín para la guarnición de sus tropas con su batería imperial durante la Guerra de la Independencia, sufriendo en 1812 un asedio fallido y el ataque del Duque de Wellington en apoyo a las tropas españolas.
    Más tarde, en su apresurada retirada, las tropas francesas dinamitaron el castillo el 13 de junio de 1813, convirtiéndolo en un amasijo de ruinas, polvo y humo, con más de doscientos franceses fallecidos por un error de cálculo. La gran deflagración de más de 1.200 bombas hizo desaparecen la iglesia de Santa María la Blanca, construida frente a la puerta principal del castillo, parte de las vidrieras de la catedral, causando daños en el antepecho de la torre del crucero y en la iglesia de San Esteban.
    Las ruinas del castillo se utilizarían luego durante las guerras carlistas y en la guerra civil de 1936, donde se instaló la defensa antiaérea de la ciudad. Finalmente, de 1996 a 2003, se reconstruyó parcialmente, habilitándolo como centro de interpretación.
    Para entrar en la fortaleza había dos puertas, la primera en el muro oeste de la muralla, que comunicaba los primeros barrios de la ciudad y el castillo, con un sistema defensivo compuesto por foso y puente levadizo.
    La segunda estaba en extremo sur y fue destruida tras la explosión de 1813. Era un acceso peatonal desde el barrio de San Esteban, realizado durante el reinado de Enrique IV y compuesto por un muro quebrado, abierto a un vano flanqueado por torres de planta semicircular.
    Las murallas de la fortaleza conformaban dos recintos concéntricos. El exterior, de menor altura, dificultaba el ataque directo al principal, compuesto con una gruesa muralla de 2,30 metros de ancho con torres almenadas adosadas a la misma de planta circular y rectangular, y torres externas o albarranas.
    La fortaleza carece de torre del homenaje, en su lugar se levantó el Palacio de Alfonso X. Un edificio porticado de tres pisos abiertos al patio de armas.
    El castillo esconde complejos subterráneos como el profundo pozo, las escaleras y galerías. El pozo lo abastecía de agua en momentos de asedio. Consta de un cilindro central de 63 metros de profundidad y 1,8 metros de diámetro de boca, realizado con sillares perfectamente escuadrados, con posible fábrica entre los siglos XII al XIV, y rodeado de seis husillos con escaleras de caracol de 335 peldaños. Estos husillos se comunican entre sí por pasillos concéntricos al pozo, para descender al fondo y realizar su limpieza y mantenimiento.
    Las galerías se conectan al pozo y la escalera de caracol a una profundidad entre 6 y 10 metros del patio de armas. Algunas son del siglo XV, construidas durante la Guerra entre Isabel la Católica y Juana la Beltraneja.
    La Cueva del Moro es la única galería conocida con principio y final.
    El pabellón y centro de interpretación que protege el Museo Arqueológico del Castillo es desmontable y no interfiere en la construcción existente. El entorno del castillo es hoy uno de los pulmones de la ciudad, además de un lugar de ejercicio y recreo, con jardines, una fuente ornamental y un mirador espectacular con una gran panorámica de la ciudad.

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